Del miedo a la alegría.
Esta mañana al darme cuenta de que me había despertado, pero aún sin abrir los ojos, con sueños todavía rondando mi cabeza, observé una imagen de un niño feliz caminando sobre una rama de un árbol. El niño estaba haciendo equilibrio con sus brazos extendidos, feliz sonriendo, el cielo alrededor de la rama blanco brillante y yo mirándolo.
Comprendí algo: la alegría quita los miedos.
Sólo es cuestión de darte cuenta hacia dónde miras. ¿Cuál es tu enfoque? El niño estaba enfocado en su equilibrio, en sentirse equilibrado, se disfrutaba a sí mismo haciéndolo porque gozaba con sus capacidades, sabía que podía, lo hacía y reía. Se concentraba en que sí podía. Se concentraba en sus pies sin mirarlos, sabía que podía. Y a cada paso que daba más feliz se ponía.
Si nos enfocamos en el disfrute de la vida, de cada cosa, de cada encuentro, de cada simpleza, vamos vibrando en las bellas melodías de la alegría. La alegría es vibrar en agradecimiento, en amor, en certidumbre de todo lo bueno, en bendición.
Mira, observa, enfócate en cada detalle de tu cotidianidad. ¿Sientes el agua que te moja al bañarte y recorre tu cuerpo? ¿O te bañas pensando en los afanes? ¿Te cepillas los dientes pensando en que estás barriendo la suciedad? ¿O lo haces duro para salir rápido? ¿Aprecias el encuentro que tuviste en el mercado o en el banco? ¿Miraste al portero a los ojos? ¿Paraste en el semáforo en rojo o el carro se detuvo y tú seguiste a mil?
Detente un poco. Observa. Obsérvate. Respira. Siente tu cuerpo y todo lo que hace contacto con él. Siente el calor/frío, el aire, los sonidos lejanos y cercanos, mira a tu alrededor, saborea tu boca. Hazte presente en ti. Y luego enfócate en tu alegría, la alegría por lo que estás haciendo, viviendo. Agradece. Bendice. Aprende. Evoluciona. Crece.
Así se pasa del miedo a la alegría. Elige el enfoque.
¡¡Con amor y alegría!!