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La grandeza es directamente proporcional a la humildad.

En el newsletter de El Arte de Presentar citaron un párrafo del libro Busca en tu interior de  Tan Chade-Meng, ingeniero de Google, que dice así:

“En la mayoría de las situaciones, al relacionarme con la gente, permito que mi ego se haga pequeño, humilde, irrelevante, mientras que me concentro en aportarle bondad y beneficio a quienquiera con quien esté. Al mismo tiempo, dejo que mi ego crezca hasta cualquier tamaño que me permita no dejarme intimidar por quienquiera que tenga delante, da igual si se trata de Bill Clinton, de Natalie Portman, de un guardia de tráfico o de una gran audiencia viéndome a través de YouTube. En este sentido, imagino la autoconfianza como la capacidad de ser al mismo tiempo tan grande como el monte Fuji y tan pequeño como un insignificante grano de arena. Dejo a mi ego ser simultáneamente grande y pequeño, y me río en bajito de su absurdidad.”

Me ha parecido genial porque la autoestima y la confianza radican en el balance entre un gran ego y uno pequeño, que se ajusta de acuerdo a las circunstancias. Y de trasfondo debe permanecer ese observador gozando esta absurda herramienta que necesitamos en el mundo relacional.

Hay que aprender a jugar el juego de la vida en sus dos dimensiones, como parados en un dintel con un pie a un lado de la puerta y el otro en el otro lado. Mirando para ambos lados, jugando en ambos escenarios con sus respectivas reglas, y sabiendo que en esencia somos luz, alma, espíritu. Una luz que su inmensa grandeza es directamente proporcional a su humildad.

Con amor,

Dana Benarroch Birbragher

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