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Amor incondicional ¿dar sin esperar nada a cambio?

Por: Dana Benarroch

Publicado: Agosto 2021

Si analizamos bien las leyes de la naturaleza, podríamos ver con facilidad cómo la ley del equilibrio pareciera dominar sobre todas las demás, en todas las dimensiones, incluyendo la humana. Entonces, ¿Cómo es posible que, para vivir de manera ideal, en armonía y equilibrio, con desapego, co-creando una sociedad justa, equitativa, sana, sostenible y en permanente desarrollo, tengamos que aprender a vivir desde el amor incondicional, ése que nos enseñaron como “dar sin esperar nada a cambio”? Es que lo traemos mal entendido. O al menos, poco reflexionado.

Partamos de la antiquísima regla de oro: “Ama a tu prójimo como a ti mismo” Esta frase redactada a manera de orden, da por sentado que nos amamos mucho, y que deberíamos amar a nuestro prójimo tanto como nos amamos. Pero ¿Qué pasa cuando tenemos baja autoestima, cuando nos amamos tan poco que no cuidamos nuestra alimentación, ejercicio físico, descanso, cuando negociamos nuestras pasiones y propósito de vida? ¿Cómo trataremos al prójimo?.

Incluso podríamos ir más a fondo y parafrasear lo que Tal Ben-Shahar menciona en el curso de Happiness Studies Academy, “Trata a los de tu casa como haces con los de la calle”.

Entrando en mayor profundidad, podríamos entonces llegar a la primera casa: uno mismo, nuestra mente y cuerpo. Si tuvieras un amigo que te hablara como te hablas a ti mismo, ¿Cuánto tiempo durarías de amigo de esa persona? Es que así no le hablas a los demás, ¿verdad? Porque sabes bien el precio que pagarías y no estás dispuesto a ello. Muchas veces el ego, como mecanismo de socialización en su sana medida, nos mueve a dar amor aún sin tenerlo para nosotros mismos. El hechizo de niña buena, o de mujer maravilla – en mi caso personal- para obtener la tan ansiada aceptación y amor de los demás, para sentirme valiosa, me ha llevado a lo largo de mi vida a dar muchas veces lo que no me daba a mí. Dicho en otras palabras, no sabía poner límites, por amor a otros, incluso a los más íntimos, cuyo amor está casi garantizado, o al menos la cuenta de puntos a favor estaba bien abundante.

Amor incondicional incluye límites, tanto para uno mismo como para los demás. Y, personalmente, saber poner límites no ha sido fácil y me ha costado verme en extremos emocionales que ya no tienen reversa. Saturación, hastío, cansancio, necesidad de distancia y descanso. Mucho dar y poco recibir. Pero no es que esté esperando recibir de los demás, es que no me doy a mi misma lo suficiente para mantener el equilibrio del amor, de la energía vital.

Entonces, como diría Gandhi “mi experiencia con la verdad” es que amor incondicional no es dar sin esperar nada a cambio. En primera instancia, porque el sólo hecho de ser generosos ya está proveyendo un montón de beneficios personales demostrados por la ciencia que bien puede ser el acto más egoísta que hay. Así que ni siquiera existe eso de “nada a cambio”. Viene implícito, automático. Son tan profundos y poderosos los beneficios de dar, servir, ser generosos, que van desde la capacidad de sacarnos de las oscuridades de la depresión hasta reconocer para qué valemos, para qué nacimos, sumado al hecho de fortalecer las relaciones interpersonales que son reconocidas como el predictor #1 de felicidad. Pero ¡cuidado!, que no nos confundamos, porque el amor incondicional tiene su paradoja: cuando somos generosos con la intención de recibir más que de dar, pisamos la cáscara de banano. Una vez le escuché a alguien decir que daba mucho porque sabía que la vida devuelve todo con creces. Y luego vi a esa persona enojadísima, profundamente decepcionada y con muchísima rabia porque la vida, a través de otra persona, no le retribuyó como esperaba. “¡Es increíble el nivel de malagradecido!” decía. No funciona así, las personas huelen inconscientemente las verdaderas intenciones. Dar para recibir de otros no fortalece las relaciones, las pone en riesgo, y además no sientes tu valor, ni te “saca del hoyo”. Cuando el flujo de dar y recibir se da desde la autenticidad del amor incondicional, la vida sí devuelve con creces. Porque obedece la ley del equilibrio que, como parte de un Gran Sistema de sistemas, se transforma a sí misma por la gracia del amor. La vida se siente significativa a través de las relaciones transformacionales, no transaccionales.

Y segundo, como la ley del equilibrio está por encima de todo, es primero el orden sobre el amor. Sí hay que recibir, principalmente de uno mismo, y ahí entran los límites como catalizadores. El balance de la energía vital hay que cuidarlo. Energía vital es amor. Hay que dar y darse. Hay que poner límites para tener el espacio-tiempo de darse, de recuperar energía. Hay muchas maneras de recargar la energía vital y todas tienen que ver con el amor propio, el auto cuidado de las pasiones, los placeres, las alegrías, las satisfacciones, el descanso, la alimentación y las necesidades básicas. Es en la alternancia de dar y darse donde ocurre la magia del amor incondicional. Y para amarse, hay que saber poner límites.

Otra de mis verdades experimentadas es que entre más me ocupe de mí, de esa mágica alternancia, mejor fluyo con la vida, permitiendo que la ley del equilibrio obre en los demás, en las relaciones y en los sistemas.  Cuando restringimos el dar abrimos el espacio-tiempo para que el otro se ocupe de sí mismo, y eso también es amor. ¡Qué delicado el balance y sutiles los límites tiene el amor incondicional! De ahí su dificultad, es que el buen vivir es toda una maestría.

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